La llegada a Colombia fue larga, todo un día de aeropuertos, desde que salimos temprano de Cuzco a Lima, unas horas de espera en Lima, y otro vuelo de Lima a Bogotá, donde por fin llegamos ya de noche. Aún así, nada comparable con el viaje de 3 días en bus que íbamos a hacer de no haber tenido la suerte de encontrar un vuelo económico. En Bogotá pasamos la noche en un hostel y al día siguiente salimos para Manizales, en la zona cafetera. La capital la visitaremos justo antes de volver a España, en nuestros últimos días en Colombia. El viaje a Manizales de 9 horas en un bus minúsculo por una tortuosa carretera de montaña se convirtió en uno de los peores de todo el tiempo que llevamos viajando, y no solo por lo anterior, que no es poco, sino porque nos la jugaron en la estación y no era directo como nos dijeron; hizo más paradas que el bus de línea y había ratos en que no cabía un alfiler. Es la aventura de viajar en Sudamérica. Al menos a ratos te amenizaban el trayecto los típicos vendedores ambulantes, y las vistas hacían que se te olvidara todo lo malo.
Llegamos a Manizales sobre las 9 de la noche, directos a casa de Julián, nuestro couchsurfer en tierras colombianas. Por fin parece que vuelven a aparecer couchsurfers después de lo poco que había en Bolivia y Perú. Nos acogió con una sonrisa a pesar de las horas y nos llevó a comer las típicas arepas colombianas. En los pocos días que hemos compartido con él nos hemos sentido como en casa; otra vez la magia de couchsurfing.
El día siguiente lo aprovechamos al máximo. Primero fuimos al centro a por algo de información, subimos en teleférico para observar una vista panorámica de la ciudad, que se encuentra entre montañas y forma parte del eje cafetero. Después fuimos al Recinto del Pensamiento, un lugar idílico creado por la federación de cafeteros que tiene un mariposario, un bosque de orquídeas, una pequeña reserva de animales con venado, ovejas y avestruces, un jardín con bonsais y un observatorio de colibríes, el pájaro más veloz del planeta, que aletea hasta 200 veces por segundo y tiene una frecuencia cardíaca de 1000 latidos por minuto.
Por la noche estuvimos conversando largo y tendido con Julián, mientras saboreábamos un rico ron de Caldas. Como ya hemos contado durante el viaje, las conversaciones con nuestros couchsurfers es una de las cosas más enriquecedoras del mismo, y pudimos aprender sobre la realidad social del país y los cambios que se han producido para mejor respecto a la guerrilla y el narcotráfico.
El día 26 viajamos a Salento, situado
cerca del valle del Cocora y rodeado de montañas. Comimos trucha a la marinera
y al ajillo, una delicia hecha comida, y con el estómago lleno, caminamos 40
minutos hasta la finca Ocaso, donde hicimos una visita a la plantación de café
y aprendimos todo el proceso artesanal para elaborar el café. Fue muy didáctico
y pudimos probar el que es considerado el mejor café del mundo.
Volvimos por otro pueblo, Boquía, y el paisaje y las
casas eran de fantasía. Esperando la buseta para regresar a Salento, nos
pusimos a hablar con 2 hombres que vendían mazorcas de maíz, y nos regaló una
cada uno. Este detalle habla del carácter de los colombianos, que son súper
amables y hospitalarios. Siempre quieren que el turista se sienta cómodo y se
preocupan realmente por nosotros.
El domingo fuimos al valle del Cocora. Primero dimos un paseo en caballo hasta la cima durante una hora y media. Estuvo muy divertido y probamos el único medio de transporte que nos quedaba utilizar. A la vuelta, andando, íbamos viendo de vez en cuando todo el valle con una espesa niebla que parecía desvanecerse durante minutos para regalarnos unas vistas hermosas. Lo más característico son las palmas de cera, palmeras gigantes de 60 metros de altura, que representan uno de los símbolos del país.
La cena fue "light": una BANDEJA PAISA con chorizo, chicharrón, huevo frito, arroz, frijoles y plátano.
Con esto termina nuestra primera ruta en Colombia, conociendo uno de sus productos estrella, el café, y confirmando la bondad de su gente.