Tras más de un mes recorriendo la Patagonia argentina (con alguna pequeña incursión en la parte chilena) la semana pasada dejamos esta mágica tierra y nos adentramos en otro territorio remoto, la isla de Chiloé.
Desde El Chaltén fuimos a Los Antiguos en autobus 11 horas, desde donde caminamos 3 kms para cruzar la frontera. Llegamos a Chile Chico, a los pies del Lago General Carrera, e intentamos sin éxito hacer dedo hasta Río Tranquilo. Así que nos quedamos en este pequeño pueblito hasta el día siguiente, que viajamos en ferry y bus para llegar a Coyhaique. La idea era ir desde allí a Río Tranquilo, donde hay unas formaciones rocosas en el río llamadas la catedral de mármol, pero no tuvimos éxito. Era una odisea llegar y si nos arriesgábamos podíamos perder el barco del día siguiente a Chiloé.
En Coyhaique tuvimos un incidente muy desagradable con el alemán dueño de un hostel. Con muy mala intención, nos ocultó que no se podía usar la cocina, y solo cuando le pagamos, fuimos a comprar y estuvimos en la cocina con intención de cocinar, fue cuando de muy malas formas nos echó literalmente de la misma y dijo que nos podían alquilar un hornillo para cocinar en el jardín. Así que le pedimos que nos devolviera el dinero para irnos. Pero solo conseguimos que nos devolviera una noche por lo que tuvimos que quedarnos hasta el día siguiente...En fin, no todo va a ser bonito en el viaje.
El viernes embarcamos en Puerto Chacabuco y navegamos durante 32 horas hasta Quellón. El trayecto era muy bonito, y sobre todo al principio, entre canales y fiordos, pudimos disfrutar de unas vistas magníficas. Sin embargo, la parte final del viaje fue más pesada. Empezó a hacer muy mal tiempo y tuvimos que estar fondeados durante 3 horas. Al final llegamos con 4 horas de retraso a las 2 de la mañana.
El domingo, ya en Chiloé, nos encontramos con Mauri y Manuel en Castro, la ciudad más grande de la isla.
Destacan en ella la frondosa vegetación (todo es verde) y las múltiples iglesias que hay en cada pueblito, consideradas patrimonio cultural por la Unesco. Al día siguiente fuimos a Quinchao, una islita muy chula con vistas espectaculares, donde comimos paila marina, un caldo de marisco y pescado.
El martes dejamos Chiloé hacia Puerto Varas, ya en el continente. Pero de camino visitamos también Ancud, la última ciudad importante de la isla. Y en el humilde restaurante La Ñaña nos comimos un curanto espectacular. Es el plato típico de Chiloé y consiste en mejillones, almejas, carne, chorizo y patatas, todo al vapor, y tradicionalmente se cocina en un hoyo tapándolo con hojas. Estaba delicioso, sin duda lo mejor de Chiloé. Un plato para dos por solo 4.500 pesos chilenos, unos 6€. Para quedarse a vivir aquí...
Cerca de Ancud visitamos también La Pingüinera, donde pudimos ver a los últimos pingüinos que quedan en tierra porque se termina el verano y con él su época de apateamiento, y regresan al mar.
En Puerto Varas hemos estado dos noches y hemos visitado el parque nacional Vicente Pérez Rosales, y en él el Volcán Osorno (la última foto), los Saltos del Pehohué y el Lago Llanquihue.
Ahora nos dirigimos de nuevo a Argentina, a su región de los lagos, con primera parada en Bariloche, a 6 horas en bus de aquí. Nos esperan más paisajes con montañas y lagos y por suerte un couch, y más historias que contar...
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Quellón, primera parada en Chiloé |
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Iglesia de Castro |
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Los famosos palafitos con la marea baja |
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Vistas desde nuestro palafito en Castro, la casa de la Señora María |
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Iglesia en Dalcahue |
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Mariscos en La Ñaña, Ancud |
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El típico curanto: marisco, carne y patatas... ¡Riquísimo! |
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Vistas del volcán Osorno, Puerto Varas |